"Fiel es el que os llama, el cual también lo hará" (1 Tesalonicenses 5:24, LBLA).
Mi historia, por supuesto, comienza con mis padres. Ambos, debido a experiencias trágicas en su niñez, fueron despojados de la oportunidad de completar una educación formal. El padre de mi padre fue asesinado en México cuando mi padre era un niño. Como el mayor, fue enviado a California donde cargo con la responsabilidad de proveer por su familia que quedo atraz. Su unica opcion fue trabajar en el campo.
Mi madre, que vivía en el estado de Wyoming, paso por su propia tragedia cuando a la edad de 13 años, perdió a su padre por suicidio. También, siendo una de las mayores, se vio obligada a abandonar la secundaria para mantener a su familia. Ella también se encontró trabajando largas y extenuantes horas bajo el sol caliente en el campo. Ambos trabajaron constantemente tratando no solo de sobrevivir, sino sabiendo que sus familias estaban contando con su apollo. La vida fue dura, pero Dios, aunque no necesariamente reconocido por ellos en ese momento, nunca los dejó solos. Eventualmente, sus caminos se cruzarían en el estado de Washington. Quebrantados y golpeados por la vida, pero con una resistencia de acero, decidieron comenzar una vida juntos. Como resultado de aún otra tragedia, la muerte de su primer hijo juntos, Dios envió a un pastor a sus vidas. Aunque tomó un par de años llegar a esta decisión, por la gracia de Dios, mis padres se casaron y se bautizaron en la Iglesia Adventista del Séptimo Dia.
Aunque no tuvieron una educación propia, el Espíritu Santo los impresionó de que a sus hijos se les debería dar la mejor educación posible. En un increíble salto de fe, mis padres (que todavía trabajaban en la agricultura y ganaban apenas suficiente para pagar las cuentas) inscribieron a mis hermanos en la academia local. Unos años despues, mi hermano y yo nacimos, y en un momento, mis padres tuvieron a una de mis hermanas en el Colegio de Walla Walla, un hermano y una hermana en UCA, en Cheney, WA, y yo y mi hermano menor en la academia en Grandview, Wash. ¿Cómo? A través de la determinación y la fe de dos padres cristianos devotos que trabajaron en varios trabajos para pagar nuestra matrícula, donantes generosos, y sobre todo, un Dios amoroso cuyos innumerables milagros nos sostuvieron.
Era chica, así que no me di cuenta que vivíamos en la pobreza. Mis padres y cinco hermanos vivíamos en una casa de una habitación y media. Usábamos ropa del Dorcas donde mi madre iba de voluntaria regularmente y muchas veces solo teníamos frijoles y papas para comer. Pero lo que no teníamos en "cosas" mis padres lo compensaron con amor y apoyo. No solo nos enseñaron a colocar a Dios en el centro de nuestras vidas, sino que nos mostraron que la educación era la clave de nuestro éxito. Mi padre estudió y pudo obtener su licencia como mecánico, abriendo finalmente su propio taller. Mi madre, a través de un lapso de aproximadamente 15 años, mientras trabajaba y cuidaba a su familia, obtuvo su GED, AA y se graduó en 2011 con su licenciatura en educación primaria. Ademas, cinco de nosotros hemos recibido una maestría en áreas que incluyen: Trabajo Social, Administración y Estudios Teológicos.
Comparto la historia de mis padres porque no solo son una inspiración para mí, sino que el recordar su sacrificio y trabajo arduo es una motivación poderosa que me ayuda a seguir adelante cada día. Incluso, más que el don de la educación, nos presentaron a Jesucristo. Antes de asistir a la Facultad de Medicina de la Universidad de Loma Linda, luche para saber si debía estudiar medicina o ingresar al ministerio. Después de mucha oración, Dios me impresionó que de alguna manera un día haría las dos cosas. Como resultado de muchos milagros, deje la Escuela de Medicina en Loma Linda despues de mis primero dos años para obtener mi Maestria en Religión en la Escuela de Divinidades en la Universidad de La Sierra, donde tome el máximo de unidades que permitian por trimestre, y logre completar el programa en un año y me gradue con mi Maestria en Estudios Teologicos en el año 2017. Regrese al hospital al día siguiente para comenzar los últimos dos años de la escuela de medicina.
Dios me demostró que para seguir el ejemplo de Jesús, la medicina y el ministerio deben ser lo mismo. Ver a mis pacientes como Jesús nos ve es ver no solo el quebrantamiento del cuerpo sino también del alma. ¡Hoy tengo el privilegio de poder ofrecer sanidad física y guiar a esas mismas personas hacia Aquel que cura el alma! ¡Este es un llamado que es a la vez humillante y emocionante! Mi esperanza y oración es que pueda ser un testigo fiel, de la misericordia, la generosidad y el amor de nuestro Dios, no solo en los encuentros con mis pacientes, sino en todas mis actividades.
La Dra. Rubicelia Perez