“Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28:18–20).
Desde el principio del tiempo, incluso antes del pecado, el amor de Dios planeó todo lo que fuese posible para redimir a sus hijos.
Apoc. 13:8 dice, “del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo.” ¡Él formuló su plan de redención para salvarnos incluso antes de la creación! Jesús nos transmitió la misma Gran Comisión que él tuvo mientras estuvo en la tierra.
Jesús entendió que su obra se edifica sobre la misma misión que el Padre le dio. Fue el núcleo formativo que lo guio a través de cada situación. Este sentido y claridad de la misión fue lo que le dio dirección, energía y poder para traer transformación a la gente y vida. Su atención y dedicación salieron claramente de su amor por la gente y su perspectiva sobre la misión de redención que el Padre le dio.
Jesús nunca cayó en la trampa de hacer lo que otra gente pensó que él debería hacer. La multitud quiso coronarlo rey y lo llevaron hasta Jerusalén. Ellos quisieron que Jesús venza a los romanos y establezca el reino de David a su gloria anterior. Jesús incluso rehusó permitir que sus propias necesidades redirijan su vida. Desde su hambre en el desierto hasta la angustia del Getsemaní, siempre rindió su voluntad a la voluntad del Padre. Jesús nunca se permitió quedar atrapado en las agendas de otra gente. Para Jesús siempre se trató de la misión de la Deidad respecto a la salvación de un mundo perdido.
Hoy, así como en los días de Jesús, el diablo hará cualquier cosa para distraernos de nuestro propósito principal de “hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado,” Mateo 28:18-20.
Nuestra misión dada a nosotros está en Mateo 28 y Apocalipsis 14. Estos pasajes trazan claramente la voluntad de Dios y su intención para su iglesia de los últimos días. Los tres ángeles de Apocalipsis 14 representan la misión y el movimiento que Dios dio a su iglesia. Somos llamados a hacer discípulos a través del bautismo, y enseñarles a observar todas las cosas que él nos mandó a hacer.
Somos llamados a seguir al Cordero que fue inmolado desde la fundación del mundo (Apoc. 14:4; 13:8), proclamando las buenas nuevas de salvación, perdón y una nueva vida en Cristo (Apoc. 14:6–7). ¡Las buenas nuevas son que Jesús no es solamente el creador de los cielos y la tierra, sino también el re-creador, que hace nuevas creaciones de cada persona (2 Cor. 5:17) que rinde su vida a Él!
Cada iglesia, cada miembro es un testimonio de esa nueva realidad. Nosotros, el cuerpo de Cristo hoy, somos llamados a ser un medio en las manos de Dios llevando el mensaje salvador de Jesús a nuestro mundo perdido. Nuestras vidas son el resultado de esa obra salvadora. Gozamos de la gracia de Dios y con esa gracia viene la oportunidad de compartirla con otros. Si tomamos esta oportunidad, cumpliremos la comisión del evangelio al mundo al final del tiempo. Tenemos el privilegio de compartir el mensaje de los tres ángeles (Apoc. 14) y de esparcir la Gran Comisión a la última generación sobre la tierra.
¡Esta es la misión de Dios; esta es la misión de la Conferencia Upper Columbia; esta es mi misión y confío en que creas que es tu misión! ¡Es la voluntad de Dios para nosotros hoy! Dios nos pide que usemos cada iglesia, cada escuela y cada miembro como instrumentos de su voluntad para proclamar el amor de Dios a cada persona. Vamos hacia el interior del territorio de la Conferencia Upper Columbia y hacia cada rincón de nuestro mundo para “hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mat. 28:18–20).
Paul Hoover, la Conferencia de Upper Columbia presidente