Mientras que las iglesias han comenzado el trabajo de la reorganización e identificación de nuevos voluntarios y ayudantes para cubrir las responsabilidades de los diferentes ministerios; encontrar miembros dispuestos a colaborar, ha venido a ser un desafío, especialmente para los pastores.
Hace unos sábados atrás, mi esposa y yo visitamos una iglesia Hispana, y como es de esperar, algunas de estas congregaciones nos invitan a predicar cuando los visitamos. Sin embargo, en esa oportunidad, sentía la impresión de no aceptar la invitación si me la extendían.
Al entrar al santuario fuimos cordialmente bienvenidos e inmediatamente vino la invitación, “Pastor ya que está aquí, quisiéramos que predique”. Había un varón bien vestido cerca de allí y pregunté si él era el predicador designado para predicar, y se me dijo que sí y me preguntó si yo deseaba predicar. Lo vi y sentí una impresión de decir que no, que él siguiera adelante con su sermón planeado.
Fui sorprendido cuando dentro del tema el predicador, Rodolfo Carrillo mencionó que su hermano y su esposa estaban visitando de lejos y habían venido a escucharlo predicar. También me enteré que la iglesia había solicitado a Rodolfo que viniera a predicarles. Me sentí sumamente feliz al saber que no había sido un sentimiento o meramente un impulso el que me había dirigido a no aceptar la predicación de ese sábado. El Espíritu había concertado todos los eventos de esa mañana.
Saliendo por la puerta después del servicio, escuché a Rodolfo agradecerle a un niño por su ayuda con los micrófonos. Esto me llamo la curiosidad porque el niño estaba muy pequeño y pregunté ¿cómo el niño había ayudado esa mañana en el culto de adoración? Y entonces me comentaron el resto de la historia.
Cuando la iglesia se encontró sin un director de sonido, se había extendido la invitación a varias personas para tomar el cargo, pero sin ningún resultado. Este niño Allan Santos de solamente ocho años de edad se había ofrecido a ayudar. Recibiendo un corto entrenamiento, Allan ya por varios meses se encargaba de prender la consola del sonido, la computadora, el proyector, la instalación de micrófonos y no había fallado ningún solo sábado. Me llamó la atención su entrega, su dedicación, su fidelidad y su tenacidad. Al preguntársele que quieres ser cuando seas grande había contestado, “Quiero ser un pastor y médico”.
Allan ha descubierto el secreto de la felicidad, porque no existe un gozo mayor, ni satisfacción más grande que la que se encuentra en el servicio al prójimo. Recuerdo la historia de otro niño, aquel que dio toda su comida y la puso a la disposición del Maestro. Él estaba feliz de darle al Jesús lo que él necesitaba en ese momento, y Jesús hizo un milagro con la merienda sencillamente preparada en un hogar humilde.
Me pregunto ¿Cuántos milagros pudiera hacer el cielo con tus dones si tú los pusieras hoy en las manos del Maestro?