¿Te gustaría entregar tu vida a Jesús? — fue la pregunta que le hice a Eric, al visitarlo cierto día en la cárcel. Sus ojos se llenaron de lágrimas y detrás del vidrio que separan a los que están en libertad de los que no lo están, sonrió asintiendo con su cabeza.
Esa imagen me trasladó a unos cuantos meses atrás, cuando María y Felipe, sus padres, decidieron aceptar a Jesús como su Salvador personal. En esa ocasión Eric se había mantenido inamovible en su decisión, pese a que él era el que había llevado a sus padres a la iglesia. No quería aceptar a Jesús. No quería saber de Él.
¿Qué circunstancias habían llevado a Eric a endurecer de esa manera su corazón? Él era el mayor de dos hermanos, quienes tuvieron la bendición de haber nacido en una trabajadora familia mexicana. Diversas circunstancias de la vida lo habían llevado prematuramente de la niñez a la adultez. Con el pasar del tiempo, Eric conoció a un amigo que le invitó a una iglesia Adventista del Séptimo Día, donde comenzó a asistir junto a sus padres. Las cosas parecían ir bien, hasta que comenzó a tener problemas con quien en ese momento era su esposa. Las crecientes dificultades terminaron enfriándolo y alejándolo de Dios, a tal punto que no quería escuchar cosa alguna de la Biblia.
Poco tiempo después de ese día en que sus padres tomaron la decisión de bautizarse, estando en su trabajo, vinieron efectivos de la ley y lo encarcelaron por cargos no solucionados del pasado. Fue allí, detrás de las rejas, donde encontró la verdadera libertad. Fue allí donde aquella tarde, fui testigo de cómo Eric, entre lágrimas, decidió entregar su vida a Jesús. Ese día oramos y hablamos de las paradojas de la vida. A veces Dios se manifiesta a través de las dificultades para entregarnos algo mejor. Ese día Eric entregó todo a Jesús, esperando y confiando en él. Había dejado su futuro en las poderosas manos de Jesús.
A partir de esa decisión, una serie de milagros comenzaron a ocurrir: Por un lado, después de estar en la lista de deportación, Eric en consulta con un abogado, comenzó a ver una luz de esperanza. Por otro lado Erik comenzó a liderar, en la cárcel, a un grupo de 40 personas, con quienes entusiasmadamente compartía su nueva fe. Sus padres continuaron orando por él. Cierto día, recibí la maravillosa noticia de que había salido en libertad.
Hoy Eric es un líder en la iglesia, comprometido con Cristo y su causa. Su nueva vida es un poderoso testimonio de las maravillas que Dios hace en favor de sus hijos.
De esta historia puedo extraer tres poderosas lecciones que nos pueden llevar a tener una relación más íntima con Cristo.
Por encima de todas las circunstancias, Dios desea mi salvación.
En la vida, son mis decisiones las que conducen mi futuro.
No hay nada mejor que decidirse por Cristo y vivir para Él.